viernes, 15 de febrero de 2013

Epifanía de lo oculto.


Epifanía de lo oculto.

Fotografía: Jordi Coll Martínez.

Textos: Samuel Reina Imedio.




Algo siniestro hay en la imagen. Siempre hay un repelús en la primera impresión que produce una fotografía, aparece algo ahí que no está en lo que hemos visto. Las fotografías nos anuncian la muerte y nos desvelan que ya está aquí; ahí , en lo fotografiado.




El ojo vigila para cazar las sombras, les prepara trampas por si alguna se deja atrapar por sus artimañas. Dispone su materiales. 




Inicio mi caza de sombras presentes , con pasos silenciosos que entrechocan su zumbido por los pasillos. La vida parece haberse detenido aquí, parada indiferencia y atenta desatención.




Camino de nuevo, parándome si es preciso.Una luz pálida emana de las cosas y me expone a la superficie del lugar. 




Ante mí tan solo se halla la dura solidez del espacio que me habla e imita, que me impregna con su presencia latente. Porque las paredes emiten vida y muerte. Quietud que inquieta, manchas que evidencian un mundo que no se manifiesta, algo así como una epifanía de lo oculto.




Pongo mi mirada a soñar. Sueña con el ojo muy abierto pero luego lo cierra y se marcha con la palidez lunar que el rocío de la luz conforma. 




Hay frustración en el hecho fotográfico. Solo queda el lugar que cambia de apariencia en las horas límite. 




Puertas y umbrales, el mundo se aviva imperceptiblemente(aunque algo que no sé, me alegre en el alba y me aterre en el ocaso).




El lugar se habita cada vez mas de ecos. Los ecos son sombras y las sombras son ausencias; ausencias presentes. Un cementerio de sombras por donde transito atolondrádamente en mi vigilia y que se descubre como un lugar soñado. Un lugar soñado en el que ahora vivo, en el que creo estar despierto. Durante el día el mundo volverá a engañarme con su esquiva consistencia.




El lugar se muestra como un pequeño templo de una religiosidad que no tiene formulación. O sí. Seguiré obstinado. Obstinado en perseguir un eco y un recuerdo, nunca un momento decisivo.


Más fotos de este lugar y de todas las demás entradas aquí.

viernes, 1 de febrero de 2013

Entre penumbras.


Entre penumbras.

Fotografía: Jordi Coll Martínez.

Textos: Lar Marsà.




Se me hace extraño, extrañamente extraño, puedo oír vuestras voces pero no puedo veros…

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El Sol, medio adormecido, deja asomar algún tímido rayo entre las nubes. Bajo otras circunstancias, siendo viernes, esto podría deprimirme porque aún mañana me esperaría otro día de duro trabajo en la tienda pero mañana libro porque tengo permiso. Pedí encarecidamente el fin de semana libre porque Jan y yo cumpliremos tres años de noviazgo y lo celebraremos en un hotelito rural en medio de la montaña. ¿No suena romántico…, perdidos, solos, en plena montaña? Un hotelito lleno de paz, sin el ensordecedor ruido del horrible tráfico del centro de Barcelona, donde poder descansar después de toda la semana trabajando de pié atendiendo los sueños y alegrías de otros… Monto en el tren, después del largo paseo en coche me espera un buen rato de tren para llegar al trabajo, podría explicaros lo duro que se me hace perder tanto tiempo en desplazamientos pero prefiero consolarme diciéndoos lo mucho que me emociono tras las páginas de los libros que devoro cada día en mi viaje. Hoy todo es diferente, me llena de alegría pensar que mañana me espera un viaje y un fin de semana lleno de paz y amor.

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El camino hacia casa se hace duro y extraño, juraría que el camino estaba mejor arreglado o quizá lo cansada que me siento hace que imagine cosas que no son y el camino estuviera así desde siempre… Puedo ver el tejado, la chimenea no humea… Quizá hayan dejado apagar la estufa para quitarle las cenizas pero menuda idea un sábado con todo el fin de semana por delante, el dejar apagar la estufa… en fin… Cuando llegue calentaré una buena taza de leche para entrar en calor… me siento cansada. Y sí, juraría que el camino estaba mejor.




La puerta está abierta –“Papá, mamá, ¿estáis fuera?– Mi propio eco me devuelve la pregunta sin respuesta. Seguro que estarán entretenidos arreglando el jardín. Mi estómago pide esa taza de leche a gritos. Subo las escaleras. Mamá lleva días que no pasa la escoba, tendré que ayudarla porque esto no puede ser. La cocina está peor, incluso alguna telaraña ha empezado a crecer entre las cortinas… Mamá… ¿Qué está pasando? Empiezo a sentirme muy confundida y el cansancio se apodera de mi, cuento los pasos a mi habitación. La cubierta está bien puesta pero el ambiente está envuelto en nieblas de polvo cada vez que doy un paso. Que más da. Tengo mucho sueño. Mañana será otro día. Un sol deslumbrante me saluda desde la ventana, me entrego a los brazos de Morfeo…

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Ha amanecido un precioso sábado, justo acaba de amanecer y un incipiente Sol asoma entre las cortinas. Aún estoy desperezándome en la cama mientras oigo a Jan canturrear bajo la ducha. Será un gran fin de semana, un saltito y me dirijo al baño, pellizco en el culo, risas, abrazos, besos. Han sido 3 años de mucha felicidad, parece que fue ayer pero aún conservamos la misma alegría que el primer día. Recogemos las mochilas y cierro la casa. El viaje resulta agradable, a medida que nos alejamos de la ciudad van apareciendo los campos y cultivos de la Cataluña central, unos kilómetros más hacia el Norte y el paisaje va tornándose más verde y fiero, unos bosques inmensos donde los rayos del Sol juguetean con las ramas de los árboles. Estoy mirando la escena, ensimismada, por la ventanilla del coche, cuando noto el calor de su mano, me aprieta y le miro, me susurra un “te quiero, ¿lo sabes, no?” su mirada se clava en mis ojos, estoy feliz y le abrazo – “por supuesto que lo sé, yo también te quiero” – le beso y quisiera parar el tiempo en este preciso momento, capturarlo para siempre en mi memoria… ¡para siempre!

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Me despierto sobresaltada, estoy sudando y el corazón me late a toda prisa… Oigo vuestras voces pero no puedo veros… Me siento mareada, tengo ganas de vomitar, no puedo moverme, puedo oíros pero no puedo veros ¿qué está pasando?... Poco a poco se ralentiza el pulso, mis ojos se acostumbran a la penumbra. La fiebre abarca mi mente y ha perturbado mis sueños, ha sido una pesadilla. Estoy en mi habitación pero hace mucho frío. Oigo el batir de la ventana, está abierta, me levanto y me acerco para cerrarla, la luna me mira triste desde el ocaso del infinito. Un escalofrío. Noto que alguien me acaricia el brazo -­ ¿Mamá? -­ Me giro y la veo alejarse tras de mi. Estoy bien mamá… Vuelvo a la cama…

Un sudor frío irrumpe en mi cuerpo, he tenido otra pesadilla.




La luna vuelve a observarme entre las cortinas, me desperezo y abro la ventana, dejo que invada la estancia, me abro de brazos ante ella, quiero atraparla, deseo que sus débiles rayos me envuelvan, no consigo quitarme este espeluznante frío de dentro.

La  luz no funciona. Oigo ruidos en el piso de arriba, de nuevo entre penumbras, me dirijo hacia la escalera, descalza, noto el frío suelo bajo mis píes, las tablas gruñen quejándose del paso de los años, quizá papá debería pasarle una mano de barniz, me agacho, acaricio la vieja madera y mis manos quedan impregnadas de sucio polvo, las miro a la luz de la luna llena, es extraño tanta suciedad. Oigo voces. Me dirijo a la escalera y consigo atisbar entre la tenue luz una figura, me apresuro pero sólo consigo ver como la silueta desaparece tras la puerta, que se cierra tras de si con un quejido misterioso.

‐ ¿Mamá, papa, dónde estáis.

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Ya casi no puedo oír vuestras voces, han quedado encubiertas por el ruido de las sirenas pero puedo veros, veo siluetas de gente corriendo de un lado para el otro. Más sirenas. Me siento cansada, no puedo moverme. Mis ojos se tornan poco a poco… Jan, cariño… Su mano entre mi mano, nuestros anillos se entrelazan… Jan, cariño, no puedo casi moverme pero consigo inclinarme hacia él. Jan.. ¿Jan? No puedo casi ni hablar… Jan, cariño… Te quiero. Abatida por el cansancio me desplomo en el suelo. Dormir. Sólo quiero dormir. Que día más bonito hace hoy, que bien lo pasaremos cuando lleguemos al hotel, mira que Sol más brillante, Jan. Sus rayos invaden mis ojos. Ya no puedo oír vuestras voces pero veo un Sol tan deslumbrante que me llena de gozo, me siento bien y siento su calor, la luz me ciega. Silencio.


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De nuevo, el eco me devuelve mi propia voz sin respuesta. Silencio. Recorro las estancias, vacías. Subo al desván donde hace un momento oía esos ruidos. Mis juguetes de niña están desparramados por el suelo, alguna garrafa vieja está esperando que mi padre vaya a por agua, quizá haya entrado algún gato y haya movido algún objeto y sea el causante de los ruidos. Voy a comprobarlo. Ruido de nuevo, pero ahora a mis espaldas… Vuelvo sobre mis pasos… No me había percatado que al lado de la escalera hay un baúl pero es un baúl que no consigo recordar, llena de curiosidad me acerco a él porque quiero inspeccionarlo pero oigo otro ruido, cada vez más cerca, más fuerte. Paro en seco, inmóvil como una estatua, detengo mi respiración e intento ver de dónde viene el ruido, ahora son como susurros, sí, voces susurrantes…, el “click” de una cámara fotográfica. ¿Qué está pasando? Me escondo detrás de la columna y observo la escena, surreal. Un chico y una chica están mirando con curiosidad todos los objetos del baúl, ¡el álbum de fotos de mis padres!!! Pero… ¿qué hacen? ¡No toquéis eso! Voy a echarlos pero el miedo me azota, me invade por completo, podrían hacerme daño, no los conozco, además ¿qué hacen en mi casa?




Tras unos segundos de incertidumbre decido quedarme en completo silencio y observarlos, siguen sacando cosas del baúl, mi ropita del bautizo, no sabía que mamá aún la guardaba. El álbum de fotos lo han dejado abierto sobre el suelo, veo la foto de mis padres de jóvenes ¡Qué guapos! La chica se muestra entusiasmada con mi ropa y no para de hacer fotos, no entiendo por qué le causa tanta sensación. El chico está mirando cartas y postales:

– “Laia, mira, lee esto, qué fuerte!
– ¿Qué pasa, Jordi?
– Lee, lee.
– Voy: 

   “No puedo seguir viviendo. Quiero pedirles perdón. Lo hago en carta porque en persona no tengo valor.    Ojala aquel día Dios se me hubiera llevado a mi en  vez de a su hija. La quería y la quiero tanto que no puedo olvidarla, la vida no tiene sentido sin ella, sin su risa y sus besos, sin ella ya no puedo seguir    viviendo. Perdónenme por favor, necesito que me perdonen, fue todo por mi culpa.”  Y lo firma un tal Jan.

– ¡Qué fuerte!
– Mira Jordi… mira esto otro, es una necrológica, leo: “A nuestra querida hija Eva, que Dios te tenga en sus    brazos. Eva 06/01/1977 – 14/04/1999” ¡Qué       fuerte!
– Sssst!!!! ¿Qué ha sido ese ruido? ¿Hay alguien ahí?
– Mira: Es un anillo… viene hacia nosotros. ¡¡¡Tío eso no estaba cuando nosotros llegamos, las ventanas,  están todas batiéndose!!! Qué frío de golpe, qué viento, tengo frío, hace mucho frío… ¡¡¡Dioooos!!!
– ¡¡¡Vámonos, vámonos corriendo, por Dios, aquí hay algo!!!




Estoy temblando.

¿Eva?

Caigo de bruces en el suelo… ¿Eva?

Han pasado por mi lado y ni me han visto, casi se abalanzan sobre mi y ni han percibido mi presencia pero sí que he visto el terror en sus caras.

Me acerco al baúl como puedo, a gatas, no puedo respirar. ¿Eva? ¿Dónde han tirado las cosas? Dios, hace mucho frío, el viento entra por la ventana a raudales, el cielo se ha ennegrecido y empieza a llover con fuerza, rayos y truenos entran en batalla en el exterior. No puedo, estoy tan cansada. ¿Eva? Llego al baúl, cojo la necrológica, Eva… “Eva, que Dios te tenga en sus brazos. Eva 06/01/1977 – 14/04/1999"

Caigo de rodillas al suelo. Miro mi mano. Jan, mi amor. Miro el anillo de prometida al contraluz de la luz de la luna. Mis lágrimas se pierden silenciosas por las mejillas mientras el anillo rueda por el suelo. Ahora lo entiendo todo. 

Yo soy Eva.


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