El sombrero verde.
Fotografía: Jordi Coll Martínez.
Textos: Martín Martínez Echevarría.

El golpeteo de la
lluvia disminuía su ritmo y un relámpago iluminaba el portal de la
casa haciendo coincidir el momento de cerrar la puerta con el trueno.
Me volví lentamente hacia la escalera, no me fiaba del ascensor en
un día como hoy, ya que no eran extraños los cortes de luz, y
tranquilamente me dispuse a subir los cuatro pisos que me separaban
de mi apartamento. Finalmente y con dolor en mis maltrechas rodillas
llegué a mi casa. Hacia más de ocho años que la compartía con
Rebeca, y ni uno solo me había arrepentido, si algo bueno había
hecho en mi vida , fue emparejarla a la suya, siempre con una
sonrisa, y unas ganas de vivir contagiosas. La naturaleza la hizo
rubia con una frente ancha y ojos oscuros, alta, un poco más de mi
metro setenta y cinco, y una conversación inteligente e interminable
que me conquistó desde el primer instante en que la vi. Trabajaba de
enfermera y nuestros horarios a veces no coincidían, lo normal era
que ella llegara a casa por la tarde después de estar toda la noche
de guardia y le esperara la comida en la mesa, detalle que me
encantaba hacer. Intentábamos ser una pareja moderna y repartirnos
las faenas, a mi no me costaba nada, en eso mis padre me habían
educado bien y aprendí bien pronto que las mujeres no estaban para
servir a los hombres y sí para respetarlas.
-¡Hoola!, Exclamé, sintiendo como el
cansancio de todo el día decidía darme un pequeño respiro.
-¡Hoola! Volví ha
exclamar, sin ningún resultado.
El apartamento estaba
cálido, señal del trabajo del aparato del aire acondicionado, pero
ninguna luz delataba la presencia de Rebeca. Mentalmente repasé la
disposición de nuestras cosas, a la par que mi mirada se paseaba de
un lado a otro de nuestro comedor, que hacia también las funciones
de recibidor. Decepcionado, me volví y al resplandor del relámpago
descubrí a Rebeca escondida tras la puerta,.Enseguida se abalanzó
hacia mi, con una sonrisa en su boca que dibujó un beso en la mía y
en su abrazo sentí al compás de la lejana tormenta que mi amor se
desbordaba una vez más.
-¡Jajajajá! ¿Querías asustarme?
-¡Nooo, sólo pillarte
desprevenido!, Me respondió poniendo esa cara de no haber roto un
plato, mientras nuestros ojos se decían lo que las palabras en ese
momento no expresaban.
-¿Cansado? ¡Dúchate y
luego cenaremos! Me dijo mientras encendía la luz y salia encaminada
hacia el estudio, donde entre montañas de libros un par de
ordenadores y un equipo de música que había conocido mejores
tiempos, solíamos emplear parte de nuestro tiempo libre, ella
pintando y yo editando mis fotografías, afición que cada día me
absorbía más y más.
-¿Te apetece que pidamos
comida?Le pregunté mientras los acordes de un pletórico Neil
Young se desperezaban como sorprendidos por
estar nuevamente vivos después de tanto tiempo embalsamados en el
vinilo.
-Hacía mucho que no escuchaba este
disco, que recuerdos me trae, ¿Más o menos cuando nos conocimos?
-!Más
o menos no! Justo en ese momento y ¿ En que concierto?, No espero
que te acuerdes,jajajá. Respondió Rebeca.
-Pues, Radiohead, Sigur
Ros, …, varios grupos resonaron en mi cabeza aunque no valía la
pena intentar una respuesta al azar, y resignado compuse mi mejor
sonrisa, nuevamente me había atrapado.
El agua caliente golpeaba
mi rostro, limpiándome y arrojando mi suciedad y con ella mi
cansancio por el desagüe de la ducha, me encantaba esa sensación,
el estar rodeado de agua caliente, el murmullo ahora lejano de la
música, y mis recuerdos del día presidiendo mi consciencia, que
lentamente e inexorablemente volvieron a esa mañana.

-¡Esto mola de cojones,
señor Cuello! Exclamaba Julius, imitando al gran Lebowsky, y los
cuatro nos quedamos mudos al instante al contemplar el objeto de
nuestras ilusiones. La casa se erguía solemne y altanera entre
edificios de apartamentos de dos alturas, llenos de desconchados en
sus blancas fachadas, como heridas antiguas todavía sin cicatrizar.
En los años 20 del siglo pasado la periferia de la ciudad recibió
un oleada de nuevos ricos que huían del mundanal ajetreo del centro
financiero y político de la ciudad, transformando el barrio en una
zona nueva en la que casas residenciales , se desplegaron por sus
calles, como fichas en un tablero de ajedrez, arrebatando el terreno
a las viejas y abandonadas plantaciones agrícolas. La alegría de
vivir, inundaba el barrio, conciertos, exposiciones y obras de teatro
pugnaban por atraer a unos espectadores deseosos de dejarse su dinero
en ambientes donde el alcohol se mezclara con la cultura, “estaba
de moda”. Luego vino la crisis financiera, estalló una guerra y el
precio del petroleo se disparó y a la par, la carrera hacia el
ocaso, Rápido creció el barrio y más rápido se precipito a su
abandono por parte de la clase adinerada que merced a las nuevas
tendencias prefirió alojarse cada vez más lejos de los barrios
contaminados de la ciudad, mientras, la pobreza campaba ahora a sus
anchas en sus antes ajetreadas y bulliciosas calles. Así que ahora
habían bastantes zonas abandonas para regocijo nuestro, amantes de
lo olvidado, de lo abandonado, que escuchábamos su mudo grito que
nos atraía para que acudiésemos junto a ellas.

-¿Alguien sabe como
vamos a entrar? Preguntó Astonio, el más joven de todos nosotros
pero armado de gran talento para cualquier cosa que emprendía, y
aguardando, que un día la suerte lo encontrara y le permitiera
probar su valía.
-¡Demos un par de
vueltas, seguro que en la parte de atrás tenemos suerte!,dijo
Martinelli desde el asiento de atrás, el último en llegar al mundo
que nos unía, la fotografía, pero avanzando muy deprisa.
-¡No os lo dije hombres
de pacotilla y de poca fe!
Ante nosotros se
desplegaba un muro, no muy alto, asequible, suficiente para nosotros.
Detrás , la vegetación proclamaba su victoria, exultante y
exuberante, cubriendo buena parte del edificio en su planta baja.
Entre dos viejos castaños se dibujaba una oscuridad, y en nosotros
como respuesta una sonrisa.
-¡Veis, la puerta! Exclamo de nuevo
Julius.
-¡No tío! Vemos que
falta la puerta. ¡Jajajajá! Una ancha sonrisa seguida de
“cabrones”, fueron los signos que se dibujaban en su rostro, era
el más viejo de todos pero nadie lo diría, había sabido
conservarse bien a base de salir al monte con la bicicleta y con la
fotografía, era tremendamente técnico.
Aparcamos un poco más
adelante para no levantar sospechas, se apagaron los ecos de "Los Planetas”, sempiternos acompañantes, y con nuestros pertrechos nos
colamos uno por uno por encima del muro y en unos palpitantes e
intensos segundos nos introducimos todos por la negrura de esa
“puerta”, sorteando a la dueña del lugar, a la omnipresente
naturaleza que pugnaba por cubrir celosamente todo el espacio que
vislumbrábamos.
-¡Joder que frio hace! Aventuraba
Astonio, sin dejar de titiritar.
-¡Si que es verdad! dije, más para mi
,que como asintiendo tal descubrimiento.
-¿Hoy nos podemos
separar? ¡No parece grande la casa y parece encontrarse en buenas
condiciones! Soltó Martinelli, anormalmente callado en esa mañana,
mientras nos íbamos preparando los trípodes, esta vez nadie
pregunto si eran necesarios, y sacando las cámaras de sus fundas nos
fuimos dejando atrapar por nuestros sentidos y con ellos nos dejamos
llevar adentrándonos más y más en las vísceras de la vieja y
ajada casa.
-¡Vigilad la escalera, sobre todo tú
Cuello!
-¿Por qué Martinelli?
-Suele ser la zona donde se deterioran
antes las tablas,y tienes que conducir, no sea que te lastimes.
-¿Eso y a los demás que? Somos
prescindibles, imprecó Astonio.
-¡Jajajajá!
Mis ojos permanecían
cerrados, el agua continuaba cayendo con fuerza sobre mi rostro, en
un segundo creí que no los había abierto, porque la oscuridad me
rodeaba, el ruido del trueno me había sacado de mis ensoñaciones y
me decía que otra vez nos habíamos quedado sin luz, la música ya
no sonaba, en el siguiente segundo, el corazón se me había helado,
parado salvájemente, una mano se había posado en mi hombro unos
segundos, luego descendió por mi espalda, suave y tiérnamente, rodeó mi cintura y ascendiendo se instaló en mi pecho deteniéndose
mientras Rebeca terminaba de meterse en la ducha conmigo,
consiguiendo que me olvidara de todo.
-¡Vaya, hoy el arroz
chino te ha quedado delicioso, Cuello! Sí, ella también me llamaba
así, mientras reíamos y nuestros vasos chocaban en un pequeño
brindis, con dos velas encima de la mesa y el suave murmullo de Antonio Carlos Jobim acompañándonos, mientras comíamos con ganas las delicias del
restaurante que habíamos encargado.
-¿Qué tal fue vuestro
día de excursión fotográfica?
-Bien, muy bien, hemos
encontrado muy fácil la casa, aunque no creo que hayamos hecho una
foto buena.
-¡Siempre dices lo mismo!
-Bueno siempre sale alguna, ya
veremos, ¿no tienes frio?
-No, para nada, ¿te encuentras bien?
-Desde que hemos entrado en la casa no
me lo he quitado, y luego la humedad y la lluvia.
-¡Resfriado te veo, termina de cenar y
a dormir!
-Ok, madame, paso las fotos de la cámara
y le quito la batería y ya las revelaré otro día.
-¿Chula la casa a la que habéis ido?

-¡Joder Cuello! ¡Un
billar! Enseguida Julius se abalanzó con su cámara a inmortalizar
el objeto de sus deseos. Habíamos entrado por la cocina, y pronto nos separamos cada uno por su lado, tampoco era muy grande la casa y
si alguno tenia mala suerte y le caía algo, nos enteraríamos. Rápidamente me llamó la atención la colección de botellas vacías
perfectamente alineadas en una despensa, y me dejé llevar, mis dedos
ajustaban la exposición automáticamente, sin pensar, mientras mi
mente jugaba con los objetos, una habitación, otra, otra, me sentía
un poco alejado de esta realidad, como transportado en suaves cojines
que de un lugar a otro me transportaban, parando cada momento para
escuchar el dulce y erótico sonido del disparo de mi réflex. En un
cuarto me saludó un rostro en blanco y negro que presidia la
cabecera de la cama, como testigo de su preeminencia de otros
tiempos, aunque arrinconado en la esquina de la habitación, como
si hubiera ganado una batalla con otros retratos hoy desaparecidos y
su lugar natural fuera la esquina. Y sillas, tal vez demasiadas, para
la quietud de la mansión. Siempre he tenido predilección por ellas,
es fácil imaginárselas con gente, cómodamente sentada, tal vez
riendo, o comiendo una hogaza de pan o leyendo algún libro.

Y habitaciones en
penumbra, donde una mesa desdibujada por un rayo de luz me hablaba de
sombras que no se quieren ir, del silencio,de una jarra vacía que me
cuenta cosas de otros tiempos más felices. Y así fue transcurriendo
lentamente el tiempo, me cruzaba con mis compañeros, pero no los
veía, más que verlos los sentía, aunque al final fue el frio lo
que me obligó a “volver”. Martinelli salía de la casa en el
momento en que yo me debatía en mi último encuadre, la escalera
vista desde el frente, por un instante, me pareció ver algo, un
reflejo en la parte de la izquierda a mitad altura, bueno allí no
había nadie, a no ser que el frio fuera “alguien” Mientras
recogía me entraron unas ganas frenéticas de salir, de huir, de
estar con mis amigos protegido junto a ellos. Absurdos e inquietantes
pensamientos me asaltaban mientras daba por hecho que afuera estarían
esperándome y con ellos una tormenta que nos había pisado los
talones todo el viaje y que habría tenido tiempo de atraparnos.

-¡No me tardes , Cuello, por favor te
lo pido, que andas medio resfriado!
-¡Nooo! Dame cinco minutos, quito la
batería y guardo la cámara.
Encendí el ordenador, y
mientras arrancaba me obligué a colocarme mejor el batín, después
de la cena y un ibuprofeno me sentía bien, francamente bien.
Zumbidos y el eterno arranque de Windows me sacó de mis
pensamientos, cinco minutos más y a dormir. Coloqué a la cámara
el cable para poder descargar las fotos y mientras realizaba el
ordenador su sagrado deber, volví a aquella mano de la ducha, jeje,
que afortunado era, tenia una mujer maravillosa a mi lado, un buen
trabajo y amigos con los que disfrutar de mi tiempo libre . De
repente volví a sentir un frio en los huesos, pensé que alguna
ventana habríamos dejado abierta, aunque ya me daba igual,
terminaría de descargar las fotos y me sumergiría entre las
sábanas.
El pitido del ordenador me avisó, las revisaría rápidamente y a dormir, no pensaba que saliera ninguna buena, pero hasta que no las ves, no te das por vencido. Una a una fueron pasando ante mis ojos mis fotos, siempre con el corazón en un puño pensando que quizás la siguiente seria buena: la cocina, una habitación, otra habitación, el billar de al lado de la escalera..., de repente, la vi, sabia que no podía ser, que no era un reflejo caprichoso de la luz o un efecto del cansancio mezclado con el vino, ahí estaba, en medio del lado izquierdo de la escalera, desafiante, una mujer morena con el pelo largo suelto y cayéndole por los hombros, de ojos negros y unos 20 años, atractiva, vestía un vestido de color verde pasado de moda, llevaba un collar de azabache adornando su delgado cuello y en su mano izquierda sostenía un sombrero, también verde y arrugado que hacia juego con su vestido, descalza, y en su rostro una sonrisa demoníaca que me heló la sangre. ¡No podía ser! ¡No tendría que estar en la foto!, que irreal me parecía todo, no podía, no quería seguir mirándola. Casi enseguida continué como sonámbulo, aturdido, con el corazón bruscamente lanzado al galope, mientras repasaba las demás fotos. Nada, todo normal en las siguientes fotos. No quería pensar en lo que acababa de ver, mientras, me obligaba a revisar racionalmente una a una hasta el final, pero tenia que dar toda la vuelta a las fotos y volver al principio para verla de nuevo, para cerciorarme que no estaba, que me había equivocado, que mi cordura no se estaba deslizando como el agua precipitándose por un desagüe en un viaje sin retorno. En seguida pensé en mandar un whatsapp a mis amigos para advertirles, ¿no se? para que me confirmaran que también ellos, la veían, la habían fotografiado, lo que fuera..., el primero en contestar, como siempre, fue Astonio, que él no había ni fotografiado la escalera, los demás ni señales de vida, ¡mierda!, mientras tanto lentamente e inexorablemente se iba acercando la maldita foto, la jodida puta foto, una foto más, otra, otra foto más, a la par, mi sensación de frio iba en aumento y un sudor febril inundaba mi frente.
Mientras tanto, la olvidada tormenta daba sus últimos coletazos, como queriendo formar parte de la escena reclamando mi atención en forma de truenos, de repente la luz se apagó, justamente en el momento preciso de aparecer la “foto,” y la risa campeó a lo largo y ancho de mi rostro, como victorioso caballero en dura justa contra un formidable y admirable enemigo ,creí, sentir mi victoria, y mi júbilo se desbordó ¡No estaba, jajajá,! pues claro, no podía ser, mi cansancio y mi mente me habían jugado una mala pasada, en la foto no aparecía nadie. ¡Nadie! De repente sentí otra vez una mano en mi hombro, quieta pero que se agarraba con decisión, pensé, Rebeca ha venido a buscarme un poco enojada, ya llevaba más de cinco minutos y tiérnamente había venido a por mi, como en la ducha, luego el último relámpago de mi última tormenta descubrió mi error y con el tiempo que tardó en desaparecer, mi vida entera se consumió también.

Martinelli regresaba a
casa de sus padres, esa noche andaba distraído por las desiertas
calles, la fina lluvia ya no le acompañaba, había oído el whatsapp
pero no lo quería mirar hasta llegar. Iba pensando en ver las fotos
antes de acostarse y en quitar la batería a la cámara, entonces
tendría tiempo para el mensaje. Entró y la casa le saludó con la
más absoluta oscuridad y a tientas llegó a su cuarto, se desnudó y
encendió el ordenador de forma mecánica, cinco minutos más y a
dormir pensó. De pronto se acordó del mensaje y cogió el móvil..., "¡Mirad las fotos de la escalera que tengáis y decirme si veis algo
raro!": Cuello.
¿Algo raro? no se podía imaginar a que se
referiría, todo el viaje había sido raro, eso sí, siempre con un
presentimiento, con un nudo en el estómago que le había impedido
disfrutar de la salida, no había conseguido relajarse como en otras
ocasiones que habían salido a fotografiar lugares abandonados. La
búsqueda de curro y todos los problemas de dinero estaban haciendo
mella en él, pensaba. El pitido del ordenador le avisó que las fotos
ya estaban descargadas. Se dispuso a revisarlas, una, otra, otra...,
¡Qué cabrón el Cuello! ¿Cómo lo había hecho?, meditó unos
instantes, mientras luchaba contra el sueño, y no recordó que
saliera en ninguna de sus fotos y ahí estaba, justo en el lado
izquierdo de la escalera, a media altura, y vaya sonrisa tenia, daba
miedo ¿Y cómo se había atrevido a coger ese arrugado sombrero
verde? Él jamás tocaba nada de nada, se preguntó mientras un
trueno le anunció. que la tormenta cobraba nuevamente vida.

Más fotos de este lugar y de todas las demás entradas aquí.