Inevitable.
Fotografía: Jordi Coll Martínez.
Textos: Jorge San Segundo Madoz.
Dmitri Mendeléiev a
parte de ser ruso, era un amante de la química. O un curioso. O bien
ambas cosas. Y durante toda su vida tuvo ante sus ojos un problema.
Un problema importante de hecho.
Miraba a su
alrededor, detenidamente y con atención, escudriñando cada rincón,
observando de que estaba hecho todo lo que rodeaba y veía diminutos
y juguetones átomos de diferentes elementos enlazados entre sí que
invadían todas las superficies. Sabía que estaban ahí, aunque no
conociera el nombre de todos y le molestaban lo suficiente para que
una extraña sensación le invadiera todos los días.
Ese tipo de
sensación que no te deja dormir tranquilo por las noches.
Quería poner orden
en el desorden.
La naturaleza tiende
al caos, al desorden más absoluto. Existe una función en Química,
llamada "Entropía" que “trata” de explicarlo, algo así como
intentar medir el orden y el desorden en la organización de los
sistemas. Una locura.
Dmitri no quería
indagar tan a fondo en aquellas cosas acabadas en –ía (como "Entalpía"), pero quería luchar contra aquel caos premeditado y
molesto.
Así que se centró
en crear una posible ordenación de los elementos (esos pequeños
átomos que le atormentaban), para poder plasmarlo en papel. Lo que
hoy conocemos como "Tabla periódica de los elementos". Eso si, no le
quitemos mérito a Newlands, que también lo intentó aunque sin la
genialidad del ruso.
Mendeléiev entendía
que todo aquello tenía un porqué, los extraterrestres que crearon
todo esto o la coincidencia, no hicieron esto al azar. Todo debía
cuadrar, para que el mundo funcionara. Así que intentó ordenar
todos los elementos conocidos en la época en una tabla lógica y
perfecta para al final poder respirar tranquilo y poder descansar por
las frías noches.
Pero encontró
varios problemas...y los que no encontró directamente de frente,
supuso que estarían allí en el futuro.
El primero de ellos
fue que su ordenación se basó en juntar elementos con propiedades
similares, lo que a su vez encajaba con un orden lógico de aumento de
la masa . Es decir, al ruso le gustaba juntar naranjas con mandarinas
en vez de juntar a naranjas con melocotones. Y acertó, ya que para
que todo encajara, el orden debía ser por propiedades.
El segundo gran
problema lo solucionó dejando espacios libres donde él consideraba
que faltaba un elemento aún no descubierto, para seguir el orden
lógico de las cosas. Así la tabla primeriza aunque inconclusa,
sobreviviría en el tiempo cuando se descubrieran esos elementos
granujas.
Porque la magia de
la naturaleza decidió diferenciar cada elemento del otro en tan solo
1 electrón. Y ese orden ascendente de electrones, desde el 1
hasta…hasta donde queramos llegar, es la solución al orden de la
tabla periódica. Encajando a la perfección con las intuiciones del
ruso.
Ah!, pero hemos
comentado antes que la naturaleza tiende al caos. No todo iba a ser
tan fácil, de hecho nunca nada será fácil en la Química.
Poco a poco se
fueron descubriendo el resto de elementos, cada uno como piezas de un
puzzle encontraban su lugar en la inacabada tabla de Dmitri, excepto
los Gases Nobles. Malditos bastardos. Señoritos de buena cuna a los
que nos les gustaba juntarse con el resto. El Neón, Argón y
compañía parecían desafiar a las predicciones del ruso, con sus 8
electrones en su capa de valencia, no necesitaban a ningún otro
elemento para juntarse y formar compuesto estables. Así que hasta
que se les asignó el palco vip en la tabla periódica no estuvieron
contentos. Para ello, nació el llamado grupo cero (18 en la
actualidad) en una esquina de la tabla, observando todo pero sin
interferir.
Y los actínidos y
los lantánidos… como el típico amigo que nunca está a gusto y le
gusta protestar para llamar la atención. Radioactivos y
artificiales, sin lugar en la tabla, necesitaron sus dos propias
filas por debajo para no romper la completa armonía.
Así que pasado el
tiempo nos ha quedado una tabla periódica que llega oficialmente
hasta el número 118, pero con 114 elementos a día de hoy (con dos
huecos en el lugar 113 y 115, además del 117 y 118, aún por
confirmar su descubrimiento), todos estos últimos creados
artificialmente. Dmitri se revuelve en su tumba viendo como nunca se
consigue cerrar su gran proyecto.
Ya dijimos que esto
nunca sería fácil. La tabla nunca estará acabada.
Cada día miles de
químicos locos en sus laboratorios investigan, juegan a ser dioses y
“crean” nuevos elementos. Por ello la tabla sigue creciendo y por
ello el caos que quiso impedir Mendeléiev es inevitable. Imparable.
La naturaleza tiende
al caos, la química tiende al caos. Todo tiende al caos y todo lo
creado, se destruye.
Más fotos de este lugar y de todas las demás entradas aquí.
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Dimitri fue uno de los grandes, aunque siempre se me dio mal la química y materias similares (física y mates) pero el tema de Mendeleiev y su tabla periódica siempre me interesaron.
ResponderEliminarBuen reportaje que lleva a la reflexión; incluso los abandonos terminan destruídos a manos de algún amigo de lo ajeno. Éste aún conserva sus detalles; espero que siga así.
Muchas gracias Ale! lamentablemente, es como tu dices. Era lo único que se podía salvar de una nave inmensa.
EliminarCurioso lugar! Me ha gustado mucho el laboratorio y sus frasquitos!
ResponderEliminarUn Saludo!!
Muchas gracias amiguito. Parece ser que los frasquitos llenos de sustancias químicas echan para atrás a vándalos y demás.
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