lunes, 1 de abril de 2013

No puedo.


No puedo.

Fotografía: Jordi Coll Martínez.
Textos: Walter Buscarini.




Mi incapacidad congénita para tocar fondo. Eso me asusta. Es el quinto texto que empiezo para acompañar estas fotografías. Y, esta vez sí, será el definitivo.  




Me he saltado todos los plazos, me he disculpado de diversos modos, soy culpable de fracasar en el intento: he comparado esta fábrica con mi propio ser (donde cada una de las salas era un órgano vital de los míos, correspondiendo el corazón a la más mugrienta).  




Luego imaginé que las dependencias de esta fábrica eran salas de tortura en una residencia para artistas. Incluso lo intenté relacionar con la cooperación internacional (¿qué pasa cuando el financiador ejecuta un proyecto sin tener en cuenta los intereses de los supuestos beneficiarios? Que se abandona).




He hablado del futuro que nos aguarda; he desnudado mis sentimientos; les he buscado (a las fotos, digo) algún parangón con mis testículos; he asesinado abuelas en un asilo, y he plagiado párrafos enteros de la novela Cenital de Emilio Bueso (era tan clavado, casi perfecto, pero al final me pudo el pudor a hacerlo). Todo ha sido en vano.




He escrito el relato más breve de la historia universal de la literatura: Estoy llorando esperma.




Jordi, he intentado incluso escribir párrafos llenos de humor, alegres y dicharacheros (espero que me lo hubieses perdonado). He pasado noches insomnes con estas imágenes, que me encantan, por cierto; he aumentado mi dosis de drogadicción para poder aprehenderlas desde las intoxicadas cavernas de mis entrañas; he caminado entumecido hacia bares cercanos donde, con un trombón entre las manos, me he descubierto asustadizo al releer ciertos párrafos. He dejado la mayoría de frases sin terminar; adentrarme más ya me daba miedo.




He pedido consejo, he recuperado eslóganes de las carpetas de mi adolescencia ("la vida es una mierda y encima te mueres"), he seguido paso a paso las instrucciones encomendadas por los más sabios filósofos respecto a la decadencia del mundo moderno, ese que lleva años cayendo pero que resiste inclemente, seguramente porque sea el que mejor se adapte a la naturaleza humana: destructiva, competitiva, ambiciosa, tribal.




En definitiva, me ha interpelado la escritura a la hora de enfocar un texto que hable sobre abandono y decadencia sin que mis heridas me desangren. Y es que he visto vomitar al diablo en la entrada de un párking (esto no hace falta que se entienda).  




Tengo que asumirlo: no he podido desplomarme al fondo del pozo anímico al que me he visto arrastrado cada vez que he indagado sobre cuestiones de las que suelo despistarme por mi obstinación a construir hilarantes trincheras frente al dolor más mundano. Eso me asusta.  




Llamadme cobarde, pero ahora no puedo.


Más fotos de este lugar y de todas las demás entradas aquí.

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