sábado, 1 de noviembre de 2014

El código LEM.

El código LEM.


Fotografía: Jordi Coll Martínez.
Texto: Javi Llorens Luna.




Todo estaba dispuesto de manera perfecta en un plan necesario y concienzudamente trazado. Era un proyecto regido por el mismo patrón que las recientes intervenciones realizadas en este planeta. Escogimos un país decadente y coyunturálmente perfecto para desarrollar lo que sería una nueva acción que nos acercaría a nuestro propósito final. Nada podía fallar. Suplantando a los personajes indicados y utilizando de manera encubierta nuestra eminente tecnología, conseguiríamos que todo evolucionara como habíamos previsto.




Empezamos provocando lo que denominamos “El alzamiento nacional” en el año 1936 y una posterior Guerra Civil. Desde ese momento, el trabajo en este país había sido duro pero gratificante. La uniformidad en el pensamiento, la aparente nacionalización de las empresas, el absoluto exterminio de la idea, de la crítica, de la duda. Esa era la línea trazada para la correcta colonización según el “Código LEM para el sometimiento malintencionado de especies inferiores.”




Utilizamos al ejército, garante y defensor de las esencias patrias, pues era la herramienta que necesitábamos para contener cualquier indicio que cuestionara, de manera subversiva, nuestro adoctrinamiento. La iglesia y el sistema educativo se encargaron de la absoluta programación de las generaciones posteriores. Conseguimos borrar de raíz cualquier recuerdo positivo del anterior sistema repleto de pensamientos libertarios y sediciosos. Un nuevo ser humano habitaba en la denominada, península ibérica. Hombres y mujeres cobijados a la sombra de una bandera, de esa bandera que hicimos nuestra. Sí, nosotros. La “Asociación interplanetaria de colonización de especies supuestamente inteligentes”.




Por desgracia, nuestro plan tenía una pequeña imperfección que debíamos subsanar. El sistema estaba asentado de manera equivocada. Personificado en un humano cuya duración sabíamos que era limitada. Un espécimen simple al que había sido sencillo modificar y al que hicimos llamar “El Caudillo”.
Teníamos que pensar en una sucesión segura y reforzar el patriotismo; para ello nos aprovechamos de la coyuntura política mundial que nosotros mismos habíamos establecido. La división del mundo en dos pensamientos políticos. El eje comunista, en este caso, sería nuestro objetivo. Debíamos causar una confrontación. El plan era sencillo. Fingiríamos un ataque. Ya lo habíamos hecho en otras ocasiones. Ellos serían los culpables. Nada debería haber fallado.




Utilizamos como centro de operaciones una escondida central térmica de la provincia de Teruel. Allí desplazamos a cuatrocientos operarios de la empresa automovilística Seat, además de a quince ingenieros aeroespaciales de Burgos. Comenzamos a construir una réplica del misil balístico intercontinental Р-7 "Семёрка". Para ello utilizaríamos una resistente aleación de metales creados en los altos hornos de Vizcaya y material radioactivo sustraído de unas secretas instalaciones militares Rusas. 




El trabajo de construcción del misil estaba supervisado por Wernher von Braun y por Don José María Otero de Navascués, mentes distinguidas y hábilmente engañadas para desarrollar el proyecto. Por fin, tras dos años de duro trabajo, desarrollamos un misil balístico con cabeza termonuclear. Un misil que destruiría una ancestral ciudad española llamada Toledo. Antigua capital, crisol de culturas y paradigma de ciertas singularidades patrias. Los comunistas serían los culpables. La población estaría con el régimen y nuestro plan de dominación funcionaría como en Italia, Alemania, Rusia y Estados Unidos. 




Casi todas las piezas estaban ya en su lugar. La nación, unida frente al dolor, se posicionaría del lado de nuestro pensamiento. El régimen estaría fortalecido por largo tiempo y nuestro plan, daría un paso más. Nuestro propósito era simple: Paulatina colonización, experimentación, explotación de recursos planetarios y deportación a planetas de la línea superior de los mejores ejemplares humanos para su crianza y comercialización como alimento. La experiencia nos había demostrado que la mejor manera de someter a las especies racionales era polarizar su pensamiento.




Pero cometimos un grave error. Hubo una pequeña fisura. Algo que no tuvimos en cuenta. Una minucia que consiguió cambiar la historia de este planeta. Una insignificancia desdentada y hambrienta que habitaba escondida en las montañas. Que vestía pantalón de pana y alpargatas de esparto, que luchó en la guerra por sus ideas y perdió. Que nos observaba.
Los partisanos antifascistas derivados de la guerra civil, el Maquis, nos acechó hábilmente durante los dos años que duró la operación y trazó un plan para dinamitar la central, para sabotear nuestra jugada maestra. Curiosas criaturas los seres humanos. 




A diez días del lanzamiento del misil, de culminar nuestra operación, veintisiete cargas de dinamita hicieron explosión destruyendo totalmente nuestras instalaciones. Todos murieron a excepción de Don José María Otero de Navascués, que se hallaba en el retrete aquejado de una colitis aguda a consecuencia de la ingesta, por error, de las muestras de heces de Casimiro Giménez Carrillo, mecánico jefe de la sección de montaje.
Nuestra base de operaciones, el misil, nuestros elaborados planes. Todo voló por los aires.




El Caudillo murió años después, la historia fluyó durante un tiempo a su libre albedrío hasta que rehicimos nuestros planes y los adaptamos a la nueva situación. Hoy, la crisis económica global, las redes sociales, la tecnología anquilosante y la hiperinformación son las bases sobre las que se sustenta nuestro actual plan. El ser humano está siendo correctamente preparado para la invasión.
Actualmente, nuestras naves de captura y transporte vuelven a estar preparadas para someter a la humanidad.


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