Fotografía: Jordi Coll Martínez.
Texto: Javi Llorens Luna.
Todo
estaba dispuesto de manera perfecta en un plan necesario y
concienzudamente trazado. Era un proyecto regido por el mismo patrón
que las recientes intervenciones realizadas en este planeta.
Escogimos un país decadente y coyunturálmente perfecto para
desarrollar lo que sería una nueva acción que nos acercaría a
nuestro propósito final. Nada podía fallar. Suplantando a los
personajes indicados
y
utilizando de manera encubierta nuestra eminente tecnología,
conseguiríamos que todo evolucionara como habíamos previsto.
Empezamos
provocando lo que denominamos “El alzamiento nacional” en el año
1936 y una posterior Guerra Civil. Desde ese momento, el trabajo en
este país había sido duro pero gratificante. La uniformidad en el
pensamiento, la aparente nacionalización de las empresas, el
absoluto exterminio de la idea, de la crítica, de la duda. Esa era
la línea trazada para la correcta colonización según el “Código
LEM para el sometimiento malintencionado de especies inferiores.”
Utilizamos
al ejército, garante y defensor de las esencias patrias, pues era la
herramienta que necesitábamos para contener cualquier indicio que
cuestionara, de manera subversiva, nuestro adoctrinamiento. La
iglesia y el sistema educativo se encargaron de la absoluta
programación de las generaciones posteriores. Conseguimos borrar de
raíz cualquier recuerdo positivo del anterior sistema repleto de
pensamientos libertarios y sediciosos. Un nuevo ser humano habitaba
en la denominada, península ibérica. Hombres y mujeres cobijados a
la sombra de una bandera, de esa bandera que hicimos nuestra. Sí,
nosotros. La “Asociación interplanetaria de colonización de
especies supuestamente inteligentes”.
Por
desgracia, nuestro plan tenía una pequeña imperfección que
debíamos subsanar. El sistema estaba asentado de manera equivocada.
Personificado en un humano cuya duración sabíamos que era limitada.
Un espécimen simple al que había sido sencillo modificar y al que
hicimos llamar “El Caudillo”.
Teníamos
que pensar en una sucesión segura y reforzar el patriotismo; para
ello nos aprovechamos de la coyuntura política mundial que nosotros
mismos habíamos establecido. La división del mundo en dos
pensamientos políticos. El eje comunista, en este caso, sería
nuestro objetivo. Debíamos causar una confrontación. El plan era
sencillo. Fingiríamos un ataque. Ya lo habíamos hecho en otras
ocasiones. Ellos serían los culpables. Nada debería haber fallado.
Utilizamos
como centro de operaciones una escondida central térmica de la
provincia de Teruel. Allí desplazamos a cuatrocientos operarios de
la empresa automovilística Seat, además de a quince ingenieros
aeroespaciales de Burgos. Comenzamos a construir una réplica del
misil balístico intercontinental Р-7 "Семёрка".
Para ello utilizaríamos una resistente aleación de metales creados
en los altos hornos de Vizcaya y material radioactivo sustraído de
unas secretas instalaciones militares Rusas.
El
trabajo de construcción del misil estaba supervisado por Wernher von
Braun y por Don José María Otero de Navascués, mentes distinguidas
y hábilmente engañadas para desarrollar el proyecto. Por fin, tras
dos años de duro trabajo, desarrollamos un misil balístico con
cabeza termonuclear. Un misil que destruiría una ancestral ciudad
española llamada Toledo. Antigua capital, crisol de culturas y
paradigma de ciertas singularidades patrias. Los comunistas serían
los culpables. La población estaría con el régimen y nuestro plan
de dominación funcionaría como en Italia, Alemania, Rusia y Estados
Unidos.
Casi
todas las piezas estaban ya en su lugar. La nación, unida frente
al dolor, se posicionaría del lado de nuestro pensamiento. El
régimen estaría fortalecido por largo tiempo y nuestro plan, daría
un paso más. Nuestro propósito era simple: Paulatina colonización,
experimentación, explotación de recursos planetarios y deportación
a planetas de la línea superior de los mejores ejemplares humanos
para su crianza y comercialización como alimento. La experiencia nos
había demostrado que la mejor manera de someter a las especies
racionales era polarizar su pensamiento.
Pero
cometimos un grave error. Hubo una pequeña fisura. Algo que no
tuvimos en cuenta. Una minucia que consiguió cambiar la historia de
este planeta. Una insignificancia desdentada y hambrienta que
habitaba escondida en las montañas. Que vestía pantalón de pana y
alpargatas de esparto, que luchó en la guerra por sus ideas y
perdió. Que nos observaba.
Los
partisanos antifascistas derivados de la guerra civil, el Maquis, nos
acechó hábilmente durante los dos años que duró la operación y
trazó un plan para dinamitar la central, para sabotear nuestra
jugada maestra. Curiosas criaturas los seres humanos.
A
diez días del lanzamiento del misil, de culminar nuestra operación,
veintisiete cargas de dinamita hicieron explosión destruyendo
totalmente nuestras instalaciones. Todos murieron a excepción de Don
José María Otero de Navascués, que se hallaba en el retrete
aquejado de una colitis aguda a consecuencia de la ingesta, por
error, de las muestras de heces de Casimiro Giménez Carrillo,
mecánico jefe de la sección de montaje.
Nuestra
base de operaciones, el misil, nuestros elaborados planes. Todo voló
por los aires.
El
Caudillo murió años después, la historia fluyó durante un tiempo
a su libre albedrío hasta que rehicimos nuestros planes y los
adaptamos a la nueva situación. Hoy, la crisis económica global,
las redes sociales, la tecnología anquilosante y la hiperinformación
son las bases sobre las que se sustenta nuestro actual plan. El ser
humano está siendo correctamente preparado para la invasión.
Actualmente,
nuestras naves de captura y transporte vuelven a estar preparadas
para someter a la humanidad.
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