sábado, 1 de junio de 2013

Mi princesita.


Mi princesita.

Fotografía: Jordi Coll Martínez.
Textos: Alberto Sebastián.





Desde el principio le he dado todo a mi princesita. Y no solo todo. Además, lo mejor. Porque lo merece. Porque es mi hija. Y mi hija solo puede tener lo mejor. Nació en el mejor hospital privado de la ciudad. Tuvo la mejor tata. Fue al mejor colegio privado y sacó las mejores notas, que para algo pago lo que pago. La comunión en la Catedral, por supuesto, y oficiada por el Obispo, que para algo pago lo que pago. Cursó el bachiller en la mejor escuela de la ciudad, y, de nuevo, sacó las mejores notas, al igual que en la universidad católica más importante y elitista de la comarca, que para algo pago lo que pago, y para algo es mi princesita.




He sacrificado mucho en la vida para que tuviera un nivel de vida digno de la princesita que es. Bueno, en realidad, he hecho que muchos se sacrifiquen, para ser sincero. Pero así es como ha de ser. No todos somos iguales, por mucho que diga nuestro Señor.




Ahora que ya tiene la carrera, la he mandado a pasar un año sabático viajando alrededor del mundo antes de que entre a trabajar como asesora del Conseller, que para algo pago lo que pago.




Todo va sobre ruedas. Desde que mi princesita empezó como asesora del Conseller, la empresa ha pasado a triplicar las ganancias, aunque , por supuesto, no se refleje en la contabilidad oficial. Cuatro añitos más a este ritmo, y después de las elecciones cerramos el chiringuito y a vivir el “dolce far niente”, que tampoco hace falta arriesgar más de lo que toca y acabar en los tribunales. Aunque tampoco pasaría nada, que para algo pago lo que pago.




Al final ha sido aprobado el ERE. Los primeros en ir a la calle han sido los del comité de empresa. Que lamentables han sido sus ruegos y sus lloros. Suplicando por sus familias, por sus hijos. ¿Qué se creen? ¿Que yo no tengo familia también? ¡Que cerdos desagradecidos! Con todo lo que me han estado robando todo este tiempo apelando al puto Estatuto de los trabajadores. Se iban a enterar estos cabrones si los hubiera pillado yo hace 40 años.




La producción sigue viento en popa con los trabajadores que han decidido quedarse sin estar dados de alta en la seguridad social y doblando turnos. La jugada ha salido redonda. Entre lo que me ahorro en cotizaciones y en sueldos, y encima con las subvenciones que mi princesita me va consiguiendo regularmente, nos estamos forrando aún más. ¡Cómo la quiero!




En mayo ya vienen las elecciones y se me está ocurriendo una idea justo para antes de que se celebren. Si consigo arreglarlo tal y como yo quiero, va a ser una traca final de puta madre. Seguro que hay alguien en el partido que me pueda informar de la mejor opción.




Ya he suscrito la póliza multimillonaria con la aseguradora y ya he hablado con el amigo de Borja para que el jueves que viene se pase por la fabrica para hacer el “arreglito”. Si, el jueves será el día perfecto. Iré a almorzar con mi princesita, celebraremos mi cumpleaños y le daré una sorpresa. Ni se imagina el golpe maestro final que su papi ha preparado. Nos vamos a forrar. Aún más.




Acabo de llegar a Conselleria. Menuda sorpresa se va a llevar mi princesita. Nos vamos a echar unas buenas risas. Su secretaria me dice que no está, que ha salido. Llamo a mi princesita, pero su movil no está operativo. De repente suena el mío. ¡Mi princesita! No, es el amigo de Borja. Su mensaje me dice que todo ha salido a la perfección. Un sudor frío invade todo mi cuerpo, me entran ganas de vomitar y una jaqueca insoportable me golpea de manera inmediata. ¡Me cago en la puta! ¡No puede darse tanta casualidad, deja de pensar en eso! Cojo el coche y voy volando hacia la fábrica. Ya veo como la negra y vaporosa columna asoma por encima de las naves desde la rotonda de entrada al polígono. La policía y los bomberos tienen acordonada la fábrica, ya humeante. También hay una furgoneta del SAMUR. Desde la distancia distingo los coches calcinados en el parking y creo adivinar el Cayenne de mi princesita. No, hombre no! Estoy paranoico, es el vulgar Patrol del vigilante. Me identifico rápidamente esperando que el temor y los nervios no me jueguen una mala pasada. Suena mi móvil. ¡Mi princesita! Si, es ella. Es ella en mi buzón de voz. - “¿Dónde estás papi? Te estoy esperando en tu despacho para darte tu regalo. No tardes” - Me descompongo y mancho los pantalones mientras el agente me mira y advierto una mezcla de asco y lástima en su cara. El policía me informa que ha habido cuatro víctimas. Tres hombres y una mujer. No puede ser, le digo. Yo no tengo ninguna mujer trabajando.




Mi princesita.


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