Mi princesita.
Fotografía: Jordi Coll Martínez.
Textos: Alberto Sebastián.
Desde el principio le he dado todo a mi
princesita. Y no solo todo. Además, lo mejor. Porque lo merece.
Porque es mi hija. Y mi hija solo puede tener lo mejor. Nació en el
mejor hospital privado de la ciudad. Tuvo la mejor tata. Fue al mejor
colegio privado y sacó las mejores notas, que para algo pago lo que
pago. La comunión en la Catedral, por supuesto, y oficiada por el
Obispo, que para algo pago lo que pago. Cursó el bachiller en la
mejor escuela de la ciudad, y, de nuevo, sacó las mejores notas, al
igual que en la universidad católica más importante y elitista de
la comarca, que para algo pago lo que pago, y para algo es mi
princesita.
He sacrificado mucho en la vida para
que tuviera un nivel de vida digno de la princesita que es. Bueno, en
realidad, he hecho que muchos se sacrifiquen, para ser sincero. Pero
así es como ha de ser. No todos somos iguales, por mucho que diga
nuestro Señor.
Ahora que ya tiene la carrera, la he
mandado a pasar un año sabático viajando alrededor del mundo antes
de que entre a trabajar como asesora del Conseller, que para algo
pago lo que pago.
Todo va sobre ruedas. Desde que mi
princesita empezó como asesora del Conseller, la empresa ha pasado a
triplicar las ganancias, aunque , por supuesto, no se refleje en la
contabilidad oficial. Cuatro añitos más a este ritmo, y después de
las elecciones cerramos el chiringuito y a vivir el “dolce far
niente”, que tampoco hace falta arriesgar más de lo que toca y
acabar en los tribunales. Aunque tampoco pasaría nada, que para algo
pago lo que pago.
Al final ha sido aprobado el ERE. Los
primeros en ir a la calle han sido los del comité de empresa. Que
lamentables han sido sus ruegos y sus lloros. Suplicando por sus
familias, por sus hijos. ¿Qué se creen? ¿Que yo no tengo familia
también? ¡Que cerdos desagradecidos! Con todo lo que me han estado
robando todo este tiempo apelando al puto Estatuto de los
trabajadores. Se iban a enterar estos cabrones si los hubiera pillado
yo hace 40 años.
La producción sigue viento en popa con
los trabajadores que han decidido quedarse sin estar dados de alta en
la seguridad social y doblando turnos. La jugada ha salido redonda.
Entre lo que me ahorro en cotizaciones y en sueldos, y encima con las
subvenciones que mi princesita me va consiguiendo regularmente, nos
estamos forrando aún más. ¡Cómo la quiero!
En mayo ya vienen las elecciones y se
me está ocurriendo una idea justo para antes de que se celebren. Si
consigo arreglarlo tal y como yo quiero, va a ser una traca final de
puta madre. Seguro que hay alguien en el partido que me pueda
informar de la mejor opción.
Ya he suscrito la póliza
multimillonaria con la aseguradora y ya he hablado con el amigo de
Borja para que el jueves que viene se pase por la fabrica para hacer
el “arreglito”. Si, el jueves será el día perfecto. Iré a
almorzar con mi princesita, celebraremos mi cumpleaños y le daré
una sorpresa. Ni se imagina el golpe maestro final que su papi ha
preparado. Nos vamos a forrar. Aún más.
Acabo de llegar a Conselleria. Menuda
sorpresa se va a llevar mi princesita. Nos vamos a echar unas buenas
risas. Su secretaria me dice que no está, que ha salido. Llamo a mi
princesita, pero su movil no está operativo. De repente suena el
mío. ¡Mi princesita! No, es el amigo de Borja. Su mensaje me dice
que todo ha salido a la perfección. Un sudor frío invade todo mi
cuerpo, me entran ganas de vomitar y una jaqueca insoportable me
golpea de manera inmediata. ¡Me cago en la puta! ¡No puede darse
tanta casualidad, deja de pensar en eso! Cojo el coche y voy volando
hacia la fábrica. Ya veo como la negra y vaporosa columna asoma por
encima de las naves desde la rotonda de entrada al polígono. La
policía y los bomberos tienen acordonada la fábrica, ya humeante.
También hay una furgoneta del SAMUR. Desde la distancia distingo los
coches calcinados en el parking y creo adivinar el Cayenne de mi
princesita. No, hombre no! Estoy paranoico, es el vulgar Patrol del
vigilante. Me identifico rápidamente esperando que el temor y los
nervios no me jueguen una mala pasada. Suena mi móvil. ¡Mi
princesita! Si, es ella. Es ella en mi buzón de voz. - “¿Dónde
estás papi? Te estoy esperando en tu despacho para darte tu regalo.
No tardes” - Me descompongo y mancho los pantalones mientras el
agente me mira y advierto una mezcla de asco y lástima en su cara.
El policía me informa que ha habido cuatro víctimas. Tres hombres y
una mujer. No puede ser, le digo. Yo no tengo ninguna mujer
trabajando.
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